Imagina por un segundo consumir tu propia placenta después del nacimiento de tu hijo. ¿Lo crees descabellado, repulsivo? ¿Piensas que es imposible?
Pues te contamos que ni una cosa, ni la otra. Si bien no es una práctica frecuente en algunos países y no todas las madres acceden o solicitan hacerlo, científicamente está comprobado que es bueno para la salud física y emocional de la madre.
El acto que provoca cada vez más curiosidad y debate en la sociedad moderna se denomina “placentofagia”. Pero no es nuevo. De hecho, ha sido practicado en diversas culturas desde tiempos ancestrales, y para muchas mujeres representa una conexión especial con el proceso de dar a luz.
Al consumir la placenta, las madres buscan aprovechar los posibles beneficios que se le atribuyen, como el aumento de energía, la regulación hormonal y la prevención de la depresión posparto. Aunque los estudios científicos sobre estos beneficios son limitados, muchas mujeres reportan una sensación de bienestar tras ingerir su placenta.
El proceso de ingestión puede ser de diversas formas. No pienses en una escena sangrienta, tipo cine canibalesco. La ciencia va demasiado rápido como para presenciar algo así. Además, es importante mencionar que este es un tema que debe ser abordado con un profesional de la salud, ya que existen consideraciones de seguridad sanitaria a tener en cuenta. Su consumo no está exento de riesgos potenciales, como la transmisión de enfermedades si no se maneja adecuadamente.
Siguiendo el procedimiento correcto, las formas más comunes de consumo incluyen:
Cápsulas de placenta: Después del parto, la placenta se deshidrata, se tritura y se encapsula para su consumo en forma de suplemento.
Preparados culinarios: Algunas personas eligen cocinar la placenta en forma de guisos, batidos o incluso deshidratarla para molerla y agregarla a recetas.
Tinturas: La placenta se puede utilizar para hacer tinturas o extractos que se consumen diluidos en líquidos.
Más allá de las consideraciones médicas, para algunas madres comerse la placenta simboliza un acto de empoderamiento y una manera de honrar el milagro de la maternidad. Es una decisión personal que merece respeto y comprensión, ya que cada mujer vive su experiencia de parto de manera única.