Durante años —o quizás toda la vida— a muchas de nosotras se nos ha dicho qué, cuánto, cómo y hasta a qué hora deberíamos comer. Que menos pan. Que más verde. Que no repitas. Que el desayuno es la comida más importante. Que después de las 6 ya no se come. Que el cuerpo ideal es delgado, tonificado, sin marcas. Que el autocontrol es virtud, y que ceder a un antojo es señal de debilidad.
En ese camino, lo que sentimos dejó de importar. Nos acostumbramos a ignorar el hambre real, a desconfiar de nuestras señales internas, a pelear con el espejo y a cargar culpas cada vez que comíamos algo “fuera del plan”.
La alimentación intuitiva aparece entonces como una posibilidad distinta. Un punto de partida (o de regreso) hacia una relación más amable con la comida y con nosotras mismas. No es una dieta, ni una excusa para comer sin límites. Es un proceso que invita a escuchar lo que sentimos, a observar sin juicio nuestras señales de hambre y saciedad, y a honrar nuestro cuerpo tal como es, no como la sociedad dice que “debería ser”.
¿Y si en vez de contar calorías, empezáramos a contar cómo nos sentimos? ¿Y si el “comer bien” dejara de ser sinónimo de rigidez y comenzara a ser sinónimo de cuidado, disfrute y respeto?
¿Qué es la alimentación intuitiva?
La alimentación intuitiva (AI) fue desarrollada por las nutricionistas Evelyn Tribole y Elyse Resch, y se basa en 10 principios que promueven una relación saludable con la comida y el cuerpo:
- Rechaza la mentalidad de dieta.
- Honra tu hambre.
- Haz las paces con la comida.
- Desafía a la “policía alimentaria”.
- Siente tu saciedad.
- Descubre la satisfacción.
- Afronta tus emociones sin recurrir a la comida.
- Respeta tu cuerpo.
- Mueve tu cuerpo con placer.
- Honra tu salud con decisiones suaves.
No es un método milagroso. Es un enfoque sostenible, respaldado por ciencia, que busca reparar el daño que las dietas han dejado en nuestros cuerpos y emociones.
Dietas rígidas: el otro lado de la balanza
La cultura de la dieta nos ha vendido muchos nombres: keto, paleo, ayuno intermitente, detox. Aunque prometen resultados rápidos, lo cierto es que el cuerpo lo paga caro.
Las dietas estrictas, especialmente las que restringen carbohidratos, alteran los niveles de energía, reducen la concentración, desajustan el metabolismo y pueden provocar atracones. Estudios recientes publicados por SpringerLink advierten que estas restricciones están asociadas con cambios hormonales, pérdida de masa muscular y mayor riesgo de trastornos alimentarios.
La Organización Panamericana de la Salud (OPS) también fue clara en su última declaración (2024): las dietas extremas pueden perjudicar la salud mental y física. Lo que se necesita es un patrón de alimentación balanceado, no uno que demonice alimentos esenciales como los carbohidratos.
Señales de alarma: ¿tu dieta afecta tu salud mental?
Pregúntate: ¿Te sientes culpable después de comer? ¿Tienes miedo constante de subir de peso?
¿Evitas eventos sociales por temor a romper tu “plan”? ¿La comida ocupa la mayoría de tus pensamientos? ¿Solo sientes control si te restringes?
Si respondiste “sí” a varias de estas preguntas, tu dieta podría estar afectando tu bienestar emocional. Y eso no es saludable.
Comer con conexión
Según la nutricionista chilena Catalina Miranda, “la alimentación intuitiva no es dejarse llevar, es dejar de luchar. Cuando quitamos las reglas externas, aparece la verdadera autogestión del cuerpo”.
No se trata de perfección. Se trata de presencia. Comer de forma intuitiva es comer sin miedo. Es confiar en que tu cuerpo sabe cuándo tiene hambre, cuándo está lleno, y qué necesita. Porque el bienestar no se mide en gramos ni en tallas. Se siente.