Mamita llorona: ¿Está bien sentirse culpable después del regaño?

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Probablemente habrás sentido sobre tus hombros el peso de hablarle un poco más fuerte de lo habitual a tu hijo, de negarte a cumplir un capricho o de llamarle la atención por una mala conducta. Muy pocas madres, o quizás ninguna, disfruta ese instante del regaño. Cada una interpreta un “personaje” distinto, con su medida y peso necesarios. Sin embargo, el sentimiento de culpa que muchas veces sigue ese momento es capaz de hacerlas dudar de sus razones, e incluso, hacerlas llorar sin consuelo.

Por muchos años se ha malinterpretado al regaño como el lado malo de ser madre, como una parte abusiva a innecesaria. Sin embargo, a lo largo del hermoso y caótico proceso que puede ser la maternidad, las madres llegan a entender que, para educar, también es preciso regañar. Ahora bien: regañar desde el amor.

Como seres sociales, los hijos convivirán en un mundo para el cual deben estar preparados y educados. Aunque te mate la culpa, aunque llores a mares después de reprenderlos por algo indebido, corre a botar tus lágrimas, libera tu aparente culpa y después sigue en la batalla porque, sin dudas, lo estás haciendo bien.

Y es que llorar de impotencia y cansancio es completamente comprensible. La maternidad puede ser desafiante y agotadora, y es natural sentirse abrumada en ciertos momentos. Llorar puede ser una forma de liberar el estrés acumulado y las emociones reprimidas. Ayuda a aliviar la carga de sentimientos.

Es vital que tanto las mamis como los niños comprendan que un regaño no implica malicia ni falta de amor y que se cree una empatía de aprendizaje mutuo. Comunicarse de manera clara con los hijos y a enseñarles la importancia de expresar y tolerar las emociones es un primer paso.

Soy “mamita llorona”, ¿qué puedo hacer?

Para las madres es importante es aprender a manejar las emociones. Tener autoconciencia emocional, practicar la autorregulación y  desarrollar estrategias para lidiar con situaciones desafiantes.

La autoconciencia emocional implica reconocer y comprender las propias emociones. Ello permite identificar cuándo nos sentimos abrumados y por qué. La autorregulación, por otro lado, implica la capacidad de manejar esas emociones de manera constructiva, ya sea tomando un momento para respirar profundamente, buscar apoyo o cambiar la perspectiva sobre la situación.

La clave -que no siempre suele cumplirse o se sufre mucho antes de descubrirla- consiste en establecer límites claros y efectivos con los niños. Además de comunicarse de manera abierta y respetuosa, y enseñarles la importancia de expresar sus propias emociones.

Un enfoque equilibrado hacia las emociones ayuda a los más pequeños a comprender que sentirse triste, frustrado o enojado es normal, y que es posible manejar esas emociones de manera saludable. Al mismo tiempo, las madres gestionan sus propios episodios de llanto culpable y asumen mucho mejor ese complejo camino de la educación en los primeros años de vida.

Es útil enfocarse en la enseñanza positiva, brindando explicaciones claras sobre por qué ciertos comportamientos no son aceptables y cómo se pueden abordar de manera constructiva. Comunicar expectativas claras y ofrecer alternativas para el comportamiento deseado puede reducir la sensación de culpa. De esa forma se trabaja activamente en la formación de los hijos, y no se queda en el mero regaño.

Es saludable expresar nuestras emociones, incluyendo la frustración y el agotamiento. Reconocerlas y aceptarlas puede ser el primer paso para buscar apoyo, ya sea a través de amigos, familiares o profesionales de la salud mental. Es fundamental cuidar de uno mismo para poder cuidar a los demás.