Cada vez hay menos bebés en América Latina. Y no es porque las mujeres ya no quieran ser madres. Es porque muchas no pueden, otras no se atreven, y muchas más simplemente no encuentran el momento.
Según datos recientes de la CEPAL, la región alcanzó en 2024 su tasa de natalidad más baja en toda la historia: 1,83 hijos por mujer, un promedio que en países como Chile, Uruguay o Costa Rica ya se ubica por debajo del 1,5. Son números que reflejan algo mucho más profundo que una simple tendencia: la maternidad está cambiando. Y no solo en edad, también en sentido.
Maternidad más allá de los 35
Cada vez más mujeres en América Latina están siendo madres después de los 35. Y aunque en lo médico aún se le llame “embarazo geriátrico” (sí, así suena), la realidad es que hoy esa decisión está más ligada a la autonomía que al azar. Muchas estudian, trabajan, migran, se cuidan, se reconstruyen. Y sí, también postergan la maternidad. No por falta de deseo, sino porque el camino a la estabilidad es más largo, más complejo y —seamos honestas— más desigual.
El término técnico puede seguir siendo el mismo, pero el mundo que habitan estas mujeres ya no lo es. Y aunque sus decisiones son legítimas, muchas veces se enfrentan a estigmas, cuestionamientos y sistemas que no están totalmente pensados para acompañar una maternidad más tardía y consciente.
La pandemia también dejó huella
Durante los peores meses del encierro, la maternidad se volvió más difícil de sostener. Se cerraron jardines, escuelas, salas de parto y redes de apoyo. Muchas mujeres parieron solas, otras lo pospusieron por miedo, incertidumbre o simplemente porque no había espacio ni cabeza para más.
Ese impacto no terminó con la emergencia sanitaria. Todavía hoy, muchas madres arrastran la sobrecarga emocional, el cansancio crónico y la sensación de haber sido olvidadas en una crisis donde sostuvieron más de lo que pudieron. La salud mental materna sigue siendo una deuda pendiente en la región, y no se arregla con frases de aliento.
Ser madre y trabajar: ¿una batalla?
En muchos países de América Latina, tener hijos sigue afectando directamente el bolsillo y las oportunidades. En Colombia, por ejemplo, un estudio de ANIF reveló que las mujeres con hijos pueden ganar hasta un 48% menos por hora que quienes no los tienen. Y lo cierto es que este “castigo por maternar” no es solo un dato: es una realidad que pesa a la hora de decidir.
¿Cómo se espera que una mujer piense en tener hijos cuando sabe que su salario va a caer, sus posibilidades laborales van a frenarse y su carga doméstica se va a duplicar? La maternidad, muchas veces, se posterga por cuidado propio. Por supervivencia.
¿Y ahora qué?
No se trata de decir que la maternidad está desapareciendo. Se está redefiniendo. Las mujeres siguen criando, deseando, soñando. Pero lo hacen desde otro lugar: más informado, más libre, más honesto.
Y eso requiere también que las políticas cambien. Que los sistemas de salud escuchen. Que los empleadores entiendan. Y que dejemos de mirar la baja natalidad como una crisis, y empecemos a verla como un síntoma de algo que necesita atención: una maternidad que ya no cabe en los moldes de antes, pero que aún no encuentra suficiente apoyo para habitar los nuevos.