Que tire la primera piedra quien no lo haya hecho. La madre que jamás haya obligado a su hijo a llevarse un bocado de comida a la boca, que hable ahora y dé el ejemplo.
El reconocido pediatra español Carlos González indica que ninguna madre o padre tiene derecho a obligarlos. Aun cuando casi todos hemos pecado de hacerlo con la mejor de las intenciones, creyendo que es la única vía para lograr que se alimenten.
Muchas coincidirán en que las etapas más críticas llegan después de los dos años. Por esa edad se resisten a comer como si vivieran solo de la respiración y su cuerpo no necesitara nada más que oxígeno y agua.
Sin embargo, el reconocido pediatra de origen español indica que es un absurdo inherente a casi todas las madres obligar a los niños a ingerir los alimentos. En ese sentido, Carlos González dice que tenemos derecho a obligarlos a bañarse si están sucios, pero bajo ningún concepto tenemos permitido obligarlos a que coman.
“Ellos pueden no tienen claro si tienen que bañarse, pero tienen absolutamente claro si tienen hambre o no”, asegura el doctor.
Obligar a un niño a comer puede generar un ambiente negativo en torno a la comida, afirma. Es importante que desarrollen una relación saludable con la comida, aprendiendo a escuchar sus propias señales de hambre y saciedad. Forzar a un niño a comer puede causarle estrés, ansiedad, y posiblemente, problemas de alimentación en el futuro.
Es preferible ofrecerles una variedad de alimentos saludables y dejar que ellos decidan cuánto comer en función de sus necesidades individuales. Claro que la situación no siempre resulta sencilla. Mientras que en los primeros meses de vida nos esforzamos por preparar fórmulas ricas en vitaminas y proteínas, cuando pasan los primeros años nos vemos desesperadas mientras caen en la tentación de la comida chatarra.
Lo único bueno de esto es que, si bien no los debemos obligar, sí podemos elegir los alimentos que mantenemos en nuestro hogar y los que decidimos comprar afuera. Con eso debería ser suficiente para la creación de buenos hábitos. A fin de cuentas, comer chatarra en alguna ocasión no causa daño siempre que no se haga de ello un hábito sostenido.